El título de este artículo es descriptivo de cómo me sentí el lunes con mi primer cliente en la peluquería después de la
era postconfinamiento:
El cliente estaba desubicado y venía con la seguridad de mejorar su aspecto y la ilusión por verme a
mí, su fiel peluquera la cual he vivido con angustia estos meses de cierre en el negocio. Al cruzar la puerta el cliente, como es obligatorio, se puso la mascarilla y no fue necesario abrir la puerta pues está la mantengo por seguridad ya abierta, y antes de que me saludara, ya le había puesto en la frente un termómetro. «
Estás estupendo», le dije en un vano intento de elevar su autoestima pues después de dos meses sin cortarse el pelo el león de la Metro-Goldwyn-Mayer Studios se quedaba en pañales 🤭😁. Mi cliente comprendió que me refería a que no tenía fiebre 😉 y después de impregnale las manos con hidroalcohólico ya
por fin podía franquear la entrada. El me miraba con cara extrañado y aunque, con la mascarilla no se aprecian los rasgos faciales, lo intuía en su mirada, pues yo iba equipada con mi EPI "mascarilla, gafas de protección, bata,” parecíamos los dos salidos de una película de ficción.
Después de colocarle la capa desechable "que por cierto me ha costado la misma vida encontrarlas, pues son de papel para que no de calor y además con un 20 de gramaje para que no la atraviesen los pelos" le indico que puede sentarse, que está todo el asiento desinfectado. Entre risas de nervios me dice el cliente si iba a cortarle el pelo o a operarle.😂😂
Como en esas historias de terror en las que te duermen en la trastienda de una barbería y te despiertas en la calle con un costurón tremendo donde solías tener un riñón.
"Imaginación sí tengo." 🤭
Pese a las incomodidades, y con la pericia que dan los años y con mucha desinfección del instrumental finalice mi trabajo. Ambos sonreíamos bajo nuestras mascarillas.
Solamente deciros:
"Que ir a la peluquería es, en estos tiempos aciagos, UNA FIESTA."
