Peluquería de Caballeros Sonia Bustos

El bigote se abre camino entre grandes barbudos.

Qué mejor indicador que EL NUEVO ANUNCIO DE LA LOTERÍA DE NAVIDAD que todos veréis.


Bigote

Ya os pasó antes de convertiros en orgullosos barbudos. El amigo que no se afeitaba os parecía un excéntrico. Y meses más tarde, cuando el Avanzado ya se había metamorfoseado en 
lustroso leñador, os convencisteis de que había llegado la hora de tirar la maquinilla. ¿Cómo lo ha sabido él antes que nadie? ¿Cómo le ha dado tiempo a que creciera ese océano tupido sobre la cara? Y las barbas tomaron vuestras almas como una segunda invasión
La barba fue fácil. Porque la barba es una trinchera. Su simetría basta para colocar unas facciones sin suerte. Para esconder un moflete excesivo, para disimular una belleza huidiza. Por cada pelo añade una dosis de imaginaria testosterona. Si está arreglada, te concede puntos en la categoría de muchacho cuidadoso. Si se rebela, te consagra como macho de las cavernas. Por eso los novios recientes viven con zozobra el momento de deshacerse de ella y mostrarse como les trajeron al mundo: con la piel de la cara descubierta. 
“Se lleva el bigote”. Pero el bigote da miedo. Es un artefacto de doble filo: o sublima la belleza de quien ya la tiene. 
Os mesareis la barba considerándolo. Preguntándoos si vuestra mandíbula está a la altura de la evidencia. Recordareis entonces que vuestro amigo, el Anticipado, el que luce mostacho con la suficiencia de un profeta, vino de Londres comentando no sé qué de un lugar llamado Gentelman’s Whatever. 
¿Y tú? Tú ya no recuerdas el óvalo de tu cara. Y esa foto del carnet que prefieres no enseñar es demasiado delatora para servirte de referencia. No sabes si tendrás el valor para prescindir de tu impostura peluda.
Porque para llevar bigote hace falta para ser el primero de los modernos. El Pionero. El Avanzado.